Ocurre que el hombre (y la mujer por
supuesto), a más de su naturaleza animal, se halla dotado de ese indiferente y
extraordinario y dinámico principio de racionalidad que hace de él una criatura
específicamente distante de los demás animales, organizada para ser dominada de
la naturaleza y destinada a cumplir fines excelsos cuyo rayo supera los
precarios linderos del espacio y del tiempo.
El niño, colocado en posesión de los
instrumentos de su sensibilidad, iniciará la vertiginosa carrera que podrá
convertirse en un desordenado girar sin rumbo, si la mano experta del educador
o educadora no lo guía en orden al adecuado desarrollo de sus demás facultades.
El despertar de la vida imaginativa es, acaso, la primera crisis de adaptación
mental que confronta la atención del maestro. Bastan unas pocas representantes
elementales para que la imaginación del niño se lance en las más audaces
exploraciones sobre las regiones de lo ignorado. Y coincide esta etapa con el
despertar de la vida sentimental y afectiva que habrá de tomar extraordinaria
importancia a todo lo largo de la adolescencia. Es entonces cuando la
personalidad moral del hombre futuro va a recibir sus fundamentales lineamientos.
Pasa de esta etapa sin la debida adecuación, no habrá desaprovechado el momento
más indicado para la modelación del carácter. Romántico y soñador o frío e
indiferente, ambicioso o resignado, generoso o egoísta, el hombre será, en gran
parte, lo que quisieron que fuese los que lo acompañaron como conductores en el
giro de su adolescente.
En efecto, la "educación integral "
supone una triple preocupación docente: sobre los tres campos del conocimiento,
de la conducta y de la voluntad. El primero, o sea el conocimiento, es lo que
comúnmente se ha llamado instrucción y que, en forma más propia, debe
designarse con el hombre de "información". Comprende ella el acopio
de conocimientos que una persona culta debe adquirir para valerse por sí misma
en la vida, ser útil a la sociedad y darse una explicación personal sobre el
mundo en que habita y el tiempo en que le ha tocado vivir.
Cuando pensamos en la "educación
integral" queremos significar que aceptamos que el hombre es un complejo
consubstancial de materia y espíritu, una combinación esencial de cuerpo
orgánico y de alma inmaterial e imperecedera y que, por lo tanto, todo
tratamiento educativo debe mirar hacia la integridad de la persona humana y no
a uno de sus componentes.